UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL

La educación pública no tiene precio, tiene valor

Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2018/06/01/la-educacion-publica-no-tiene-precio-tiene-valor/

Hace unos días la frase de la gobernadora (María Eugenia) Vidal fue contundente. Casi como una sentencia del destino se preguntó: "¿Llenar la provincia de universidades públicas cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad?"¿Cuál era el fin de esos dichos? ¿Hablar de la falta de jardines de infantes que generan la precarización laboral de las mujeres? ¿Explicar que el ascenso social se cimienta desde las bases de las instituciones educativas? Tal vez ella pueda respondernos desde dónde viene esta aseveración producto de su opinión personal, pero absolutamente contrastable con datos concretos.

Un relevamiento realizado por el Observatorio Educativo de la Unipe, indica que a partir del 2008, con el crecimiento de universidades en el Gran Buenos Aires por fuera de la Capital Federal, ha generado un aumento significativo de matriculados en los 2 quintiles más bajos de ingresos. Para ser más especifica, fueron los dos quintiles donde a nivel porcentual y comparando con quintiles de ingresos medios y altos, fue mayor el ingreso de estudiantes. Lo que el número frío aquí nos representa es la esperanza en sí misma, despojada de un sentido romántico, sino la esperanza concreta de históricas clases trabajadoras que estaban destinadas a reproducir mano de obra no calificada, y precarizada, claro.

Ese grueso de la población que accedía al mundo del empleo de manera informal y no regulado ahora acceden nada más y nada menos, que a tener opciones. Esos jóvenes que al salir del colegio ven a sus madres y sus padres trabajar en changas, fábricas, o cómo empleadas domésticas, camino a su casa ven que allí hay una universidad. Cambia la perspectiva de los barrios que están olvidados por la precariedad de la infraestructura pública, se revaloriza lo comunitario. La y el adolescente ven con cercanía una oportunidad que puede cambiar sus vidas. La universidad se vuelve entonces un espacio al que se puede acceder, un lugar que se puede habitar, contemplar como una posibilidad. La educación se vuelve un derecho al que pueden acceder todas y todos.

Es cierto, este grueso poblacional siguen estando subrepresentado en relación a la matricula total (31% del total), pero reflexionemos juntos lo siguiente: si representan el segmento de la población que ha crecido con mayor fuerza en la representación de la matricula total ¿no podemos ver la pulsión fundamental que está surgiendo de las clases bajas para garantizar el ascenso social en sus vidas? En un país que culturalmente estigmatiza continuamente al pibe de la gorra, a la piba que con 15 años tiene hijos, los datos nos están diciendo otra cosa, nos están diciendo que a aquellos que señalamos con el dedo, son los mismos que cuando tienen una oportunidad corren para tomarla, con los recursos que tienen, como pueden. Tal vez, cuando estudié Ciencias Políticas me confundí, pero hasta donde entiendo la política pública y el Estado de bienestar se originan con una finalidad: fortalecer a los sectores de menores recursos, generar una batería de acciones que no sean solo de contención, sino que sean además de promoción humana. En los barrios en donde trabajo los únicos espacios que tienen las pibas y los pibes son los centros comunitarios. Allí estudian, comen, desarrollan oficios, y hasta algunos aprenden cine. Hoy los centros comunitarios surgen como el motor fundamental para impulsar a esos jóvenes que sacan de las esquinas, a tener estudios superiores. Pero no es solo de palabra, no es un intangible, porque ahora la universidad está ahí, y si su compañera que representa ese 30% de los matriculados, asistió a la universidad, ellos también pueden.

La descentralización de la educación en el Gran Buenos Aires, además ha permitido dos cosas que se le escapan a la gobernadora. La primera es el crecimiento exponencial de matriculadas mujeres en las universidades. Este dato no es menor, en el último censo de población se advierte que las mujeres registran una tasa bruta de asistencia del 46%, mientras que la de los hombres es del 31%. Esto significa básicamente, que según datos del INDEC las mujeres entre 18 a 29 años, triplica el promedio de la cifra de desempleo total en nuestro país, pero sin embargo son las que más están apostando a capacitarse para generar una diferencia cualitativa al interior de sus hogares, y romper con ese círculo que vemos en los estratos más bajos donde su único destino es el empleo doméstico informal y ser madres muy jóvenes. Por lo tanto, para aquellas mujeres jóvenes que ya tienen hijos, que tienen que compatibilizar crianza, trabajo y estudio, tener la universidad ahí, cercana a su lugar de pertenencia, representa una política pública con perspectiva de género, digna de ser reproducida en el resto de las provincias. Una segunda cuestión fundamental es la transversalidad de clases que genera acercar el conocimiento. Las universidades que en un principio histórico generaban egresados de la aristocracia, ahora logran un espacio de comunión entre diferentes sectores sociales, favoreciendo el enriquecimiento cultural, el intercambio de sentidos, valores, normas. Ahí es donde vemos que el ascenso social no es solo cuantitativo en términos de poder acceder a mejores ingresos por una mejor calificación, sino que hay un enriquecimiento en el tejido social, un crecimiento del todo, de nosotros como país.

Creo fehacientemente que los mitos populares se contrastan con los datos, y que los datos se contrastan también con la realidad, y con las historias que nos atraviesan. Mi abuelo, Nicolás Crocco, fue toda su niñez muy pobre, vivía en Lima, una localidad a 40 km de Zárate. Eran 8 hermanos y hermanas que dormían en una casa ínfima, su padre trabajaba en changas cuando llegó de niño de Cenizas, Italia. Sin embargo él quiso imaginar otro futuro, ingresó a la Marina, estudio para ser electricista submarinista. Siempre con un asado de por medio me cuenta que era el mejor estudiante, y aún hoy con sus 87 años me relata que sus 18 años los vivió en París, arriba del submarino, algo que era impensado para él. Recuerda todo como si hubiera estado ayer ahí, le vuelven a brillar los ojos cargados de historia, cargados de oportunidades que tuvo. Mi abuela, Vicenta López, a los 12 ya iba en tren a limpiar casas de familia, pasaba del campo a la ciudad en el tren de Mechongué, hasta que conoció a mi abuelo. Toda su vida como trabajadora doméstica y costurera, le permitió sostener una familia con dos hijas y un marido que se embarcaba. Pese a haber hecho hasta sexto grado, no recuerdo nadie que me explicara las tablas de mejor manera mientras sus trenzas cocidas me dejaban sin respiración. Ella, dedicada al hogar, haciendo changas con la costura, sumado al trabajo de mi abuelo, permitieron que mi tía y mi mamá fueran al colegio, terminaran un secundario completo, y eso a su vez, hizo que mi madre accediera a estudios superiores terciarios y con los años universitarios, siendo docente y luego profesora. Sin ese sueldo de mi mamá como profesional calificada, para mi hermana y para mi hubiera sido imposible asistir a la universidad. En mi familia el ascenso social se dio a través de los libros. No es una historia de meritocracia entre quién se esforzó más, es una historia de un Estado que fue estando presente para que en el mismo momento que mi abuelo y mi abuela se plantearan otro futuro para sus hijas y nietas, las oportunidades estuvieran ahí. Probablemente, sin ese momento hubiera habido una gobernadora que pensaba que mi mamá nunca accedería a los estudios superiores, yo hoy, no estaría aquí escribiendo esta nota, y recordando el título de esta nota, la educación pública no tiene precio, tiene valor.

*La autora es Licenciada en Ciencias políticas, especializada en Geopolítica Latinoamericana por el PLED y Derecho Internacional Ambiental por la USAL